¿Sesión o sainete? Cuando la política se reduce a un «show»

Una vez más, el Honorable Concejo Deliberante de San Luis nos ha regalado no una sesión de debate constructivo, sino un episodio digno del más burdo de los sainetes. Lo que debería ser un espacio de discusión y creación de normativas para el bienestar de los ciudadanos, se transformó, como ya parece una triste costumbre, en un ring de boxeo donde los guantes eran palabras y los K.O. quedaban a la vista de todos. ¿El resultado? La ciudad sigue esperando y los ediles, al parecer, se entretienen con sus egos.

El telón se levantó con un proyecto tan noble como la declaración de interés del Día de la Bandera. Uno esperaría, con cierta ingenuidad quizás, que el patriotismo uniera, o al menos, mantuviera el decoro. Sin embargo, la presidenta del cuerpo, Laura Sánchez, prefirió usar su turno no para ensalzar la enseña patria, sino para despacharse a gusto contra la concejal Julieta Ponce. La acusación: ser «malvada, burlista y ridícula». Una verdadera oda al decoro institucional, ¿no le parece?

La referencia a Perón, y su distinción entre ignorantes y malvados, fue el preámbulo para una diatriba personal que, debemos admitir, roza lo absurdo en un recinto legislativo. Tratar a una colega de «mala con sus colegas» y «vergüenza», con el añadido de cuestionar incluso la educación familiar, es un nivel de «debate» que, para ser formal, resulta sorprendentemente informal en su agresividad. Parece que algunos confunden la banca con el diván, o peor, con la tribuna de un circo.

Es cierto que, previamente, la concejal Ponce había encendido la mecha. Su crítica a un proyecto sobre el Día Mundial del Medio Ambiente, calificándolo de «burla» y «proyectito más para cumplir», además de recordar el rechazo a un pedido de informe sobre cloacas, puso de manifiesto la habitual tensión. La observación de que algunos solo «aplauden y soban el lomo» al intendente, lanzada por Agustina Gatto, es una joya de la franqueza, aunque también deja entrever la polarización que tanto daño le hace a la gestión.

La confusión inicial sobre a quién iba dirigida la embestida de Sánchez, y el comentario del presidente del bloque opositor, Juan Martín Divizia, recordándole a Sánchez lo que Perón decía sobre los «traidores», añade un saborcillo especial a la trama. No solo fue un golpe bajo, sino que además, nos recordó que las alianzas políticas, a veces, tienen fecha de vencimiento y un costo.

El broche de oro lo puso la concejal Paulina Calderón, con una calma que contrastaba con el caos reinante. Su «Siento mucha vergüenza. Es muy difícil retomar. La sensación es que el respeto se quebró» fue un epitafio para la sesión. La respuesta de Sánchez, un «sí, tal cual», a una crítica directa sobre su responsabilidad de dirección, solo confirma que la autocrítica es una materia pendiente para algunos, o que, simplemente, el sarcasmo oficialista tiene límites insospechados.

Lo que siguió fue, predeciblemente, un festival de réplicas y contrarréplicas que terminó con la oposición retirándose y la sesión sin quórum. Un final abrupto para un espectáculo que, en realidad, nunca tuvo un principio prometedor.

Conclusión… ¿o un lamento?

Así, mientras los problemas de la ciudad (sean los derrames cloacales o cualquier otro que realmente afecte la vida de los puntanos) quedan en un segundo plano, nuestras «honorables» autoridades se enfrascan en riñas personales. La señora Sánchez, en su rol presidencial, exhibiendo una postura que roza lo demagógico. La señora Ponce, intentando defenderse, pero, ¿acaso sin un mínimo de «mea culpa» por sus propias «performances» en vivo y las «gentiles» burlas a sus colegas?

Da la impresión de que ambas, y de paso, varios otros, están tan enfrascadas en su rol de «opuestos» que olvidan su verdadera función. El Concejo Deliberante se ha convertido, peligrosamente, en un reality show donde la audiencia (nosotros, los ciudadanos) somos los únicos que perdemos. Porque mientras ellos se divierten con sus «shows» de baja calidad, los proyectos quedan en un cajón y la ciudad, bueno, la ciudad sigue esperando que alguien, alguna vez, se digne a legislar en serio.

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