El gobernador de San Luis encara una etapa de reconfiguración política con mirada estratégica, pero sin mayoría legislativa propia y en medio de un escenario nacional incierto. El peronismo, mientras tanto, intenta sobrevivir a su propio derrumbe. Radiografía de un ajedrez complejo, con fichas que cambian de color y movimientos que esconden pactos, traiciones y estrategias hacia octubre.
Claudio Poggi ganó las elecciones provinciales con claridad, pero no con holgura estructural. Su triunfo fue contundente en las urnas, aunque limitado en términos institucionales. Gobernar sin mayoría propia lo obligó a asumir un rol que excede la gestión: el de gran articulador. Más que un equilibrista, Poggi es hoy un estratega condicionado. Condicionado por los números legislativos, por las tensiones internas de su propio espacio, por un peronismo herido pero con reflejos, y por una nación gobernada por una fuerza ajena, agresiva y caótica como La Libertad Avanza.
La tarea no es fácil. Con un frente electoral amplio y heterogéneo, Poggi necesita consolidar lealtades internas sin perder volumen externo. Debe tejer alianzas, evitar rupturas, contener ambiciones y proyectar liderazgos. Todo, mientras administra una provincia con demandas urgentes y recursos limitados.
La necesidad de un anclaje nacional
En ese contexto, el gobernador observa con cautela la escena nacional. Sabe que necesita un interlocutor en Buenos Aires. No por afinidad ideológica, sino por supervivencia política. La relación con el presidente Javier Milei es términamente formal, sin puentes políticos reales. El apoyo a la Ley Bases fue pragmático, no doctrinario. Poggi quiere garantías para San Luis: obra pública, coparticipación, respeto institucional. Nada más. Nada menos.
Por eso su espacio analiza presentar un candidato nacional propio, alguien que represente al poggismo sin arrastrar las tensiones libertarias ni las viejas estructuras partidarias. Un «tapado», en términos de campaña, que pueda articular con el gobierno nacional sin ser absorbido por su lógica. Ese nombre todavía no se revela, pero las conversaciones están en marcha. Lo único seguro es que Poggi no regalará ese espacio.
El peronismo, entre la inercia y la implosión
En paralelo, el peronismo provincial transita su peor crisis en décadas. Sin conducción clara, con la figura de Alberto Rodríguez Saá en retirada y con una estructura partidaria que ha perdido contacto con la base, el PJ intenta redefinirse. Pero no hay acuerdo sobre cómo. Algunos sectores plantean una apertura real, con autocrítica y nueva dirigencia. Otros quieren resistir en la trinchera de siempre, esperando que el ciclo cambie.
La posibilidad de que Alberto vuelva a ser candidato está en el aire. No por su voluntad -que no ha cesado- sino por la falta de opciones que entusiasmen. Pero incluso sus leales saben que su figura está desgastada. La derrota de 2023 no fue solo electoral: fue simbólica. La dinastía que marcó medio siglo de política puntana ya no moviliza a las nuevas generaciones. El mensaje de los Rodríguez Saá no interpela al votante joven, urbano, o empobrecido. Y sin ellos, no hay futuro electoral.
Mientras tanto, los intendentes peronistas buscan reacomodarse. Algunos ya negocian con Poggi. Otros esperan una reorganización partidaria que les devuelva protagonismo. Lo cierto es que el PJ, como marca, está dañado. Y necesita mucho más que un candidato para recuperar centralidad.
Radicalismo: identidad o utilidad
La Unión Cívica Radical es otro actor clave en este tablero. Aunque debilitada, mantiene presencia territorial y una estructura que, si se activa, puede influir. Sin embargo, el partido atraviesa su eterna contradicción: jugar con los aliados o reafirmar identidad. Alejandro Cacace, su figura nacional más visible, ha mostrado cercanía con el mileísmo en el Congreso. Pero esa línea no entusiasma a la base local.
El dilema es práctico: si se suman a un frente con el PRO o La Libertad Avanza, corren el riesgo de diluirse. Si van solos, pueden quedar fuera del reparto real de poder. Por eso, la discusión interna hoy es táctica, no ideológica. Y el tiempo apremia.
Adolfo: resistencia sin incidencia
Adolfo Rodríguez Saá es, en este nuevo ciclo, una figura simbólica más que política. Conserva presencia mediática y cierto arrastre en sectores puntuales, sobre todo en Merlo y zonas del norte. Pero su poder real ha menguado. Su estructura está desarticulada y sus aliados han migrado hacia otras opciones más competitivas.
Aun así, Adolfo busca un lugar en la boleta nacional. Intenta negociar con Poggi algún espacio para sus dirigentes. Pero las chances son escasas. En el nuevo tablero, el apellido ya no garantiza nada. Y su protagonismo será, en todo caso, decorativo.
Frontera, la pieza que puede romper el tablero
Maximiliano Frontera, intendente de Villa Mercedes, ha sido uno de los grandes ganadores de la nueva etapa. Con estructura propia, respaldo popular y perfil en ascenso, Frontera consolidó su fuerza «Primero Villa Mercedes» como un espacio clave. Su alianza con Poggi es funcional, pero no subordinada. Y eso genera tensión.
El mercedino busca colocar un candidato en la lista nacional. Tiene con qué: votos, estructura y territorialidad. Si no lo logra, podría abrir su propio camino, incluso con sello propio. Poggi lo sabe, y mide cada movimiento. Porque Frontera tiene un techo alto, pero también poder de daño. Y si no se siente contenido, puede ser el factor de desestabilización más importante del oficialismo.
El surgimiento de las fuerzas emergentes
Renovación Chacabuco es el ejemplo más claro de que el sistema político puntano está mutando. Con trabajo de base, discurso claro y una propuesta territorial, ganaron sin depender de las estructuras clásicas. Hoy, son cortejados por todos, pero prefieren mantener su independencia. Su objetivo: llegar a la elección de octubre con identidad intacta y chances reales de influir.
En cambio, otras experiencias emergentes como Movipro han demostrado que el marketing no alcanza. Sin propuestas, sin estructura y sin territorialidad, el impacto electoral fue mínimo. La ciudadanía, aún enojada, no se deja seducir tan fácilmente. Quiere alternativas reales, no solo caras nuevas.
Un escenario en movimiento
La elección de octubre no definirá el futuro institucional de la provincia, pero sí marcará el pulso político del nuevo ciclo. Será un test de liderazgo, de capacidad de armado, de lectura del contexto. Poggi juega a todo o nada: necesita consolidar poder legislativo, disciplinar aliados y construir una referencia nacional. El peronismo, en tanto, se juega su supervivencia. La UCR, su utilidad. Frontera, su proyección. Y los emergentes, su consolidación.
Nada está cerrado. Todo puede mutar. Porque en la política puntana, el poder nunca se toma: se construye, se negocia y se defiende. Y en ese arte, Poggi deberá demostrar que es mucho más que un gobernador de transición. Si logra armonizar intereses, contener tensiones y proyectar una nueva lógica de poder, podrá marcar un ciclo. Si no, será apenas otro administrador de lo posible.
San Luis lo observa. Octubre está cerca. Y las piezas ya se mueven.