Concejo Deliberante de San Luis: gritos, papelones y rendiciones ausentes (pero con sesión verde de premio)

La sesión ordinaria del HCD capitalino terminó como suele empezar: entre gritos, acusaciones y un retiro escénico de la oposición. Mientras tanto, las rendiciones municipales duermen el sueño de los justos y las sesiones en los barrios son cosa del pasado. Pero eso sí: el medio ambiente tuvo su hora de gloria.

En el Concejo Deliberante de la ciudad de San Luis, lo único que se rinde con regularidad son los nervios. Este miércoles, una nueva sesión ordinaria arrancó tarde, se desenvolvió peor y terminó sin quórum, fiel al estilo ya clásico de la institución que legisla poco y discute mucho.

Después de casi dos horas de lo que algunos todavía insisten en llamar “debate parlamentario”, la oposición decidió abandonar la sesión. ¿El motivo? Una mezcla de rendiciones ausentes, proyectos rechazados, errores de redacción, gritos cruzados y una presidenta del Concejo, Laura Sánchez, que cada día parece más una conductora de talk show que una autoridad deliberativa.

Todo comenzó con lo que, en cualquier otro ámbito institucional, sería apenas una nota administrativa: el concejal Andrés Russo solicitó que las rendiciones municipales de los dos primeros trimestres de 2024 fueran giradas a la Comisión de Hacienda y Presupuesto. Pero claro, esto es San Luis, y hasta una hoja A4 puede desatar un escándalo. Russo se corrigió en vivo: en realidad, su intención era que se remitan las del segundo semestre de 2024 y el primer trimestre de 2025, las que —según él— jamás se presentaron.

“Hace un año que no envían una rendición trimestral”, denunció Russo, mientras la bancada oficialista hacía lo suyo: negar, interrumpir, acusar. Lo siguió Alejandro Cordido, que pidió el regreso de las sesiones en los barrios y denunció el rechazo de un proyecto vecinal sin explicaciones. Nada prosperó. Y todo se gritó.

La oposición se fue, el quórum se cayó y la sesión murió. Causa: ausencia del concejal oficialista Mario Silvestri, que no llegó a tiempo o, quizás, prefirió llegar para la parte más «ambientalmente amigable» del día.

Porque dos horas después, el HCD revivió en modo verde. Así como lo leés. Mientras las rendiciones presupuestarias esperan una brújula y la conflictividad institucional escala como si cobrara por vertical, se realizó la ya tradicional “sesión verde”, una especie de paréntesis institucional donde reinan los buenos modales, las menciones honoríficas y el aroma a compostaje.

Durante esta hora mágica y ecológica, el Concejo se declaró fan del Programa Ambiental Sostenible (PAS), una iniciativa municipal que lleva reciclaje, separación de residuos y concientización urbana a los barrios… esos mismos barrios donde no se hacen sesiones desde hace meses. Pero no importa: lo simbólico es lo que cuenta.

Se reconoció además a los scouts del Grupo Ceferino Namuncurá por limpiar lo que la política ensucia, y se celebraron las jornadas del Día Mundial del Medio Ambiente, organizadas por la Universidad Nacional de San Luis. El entusiasmo ambiental fue tal, que hasta hubo tiempo para girar a comisión nuevos proyectos de huertas comunitarias, eficiencia energética y campañas en redes sociales.

Todo muy bello, muy verde y muy fuera de contexto si se considera que, minutos antes, el cuerpo legislativo no podía acordar ni cómo redactar un proyecto sin escandalizarse.

Pero volvamos al punto: ¿por qué nadie puede hablar de rendiciones sin que explote el recinto? Porque la rendición presupuestaria, en tiempos de hiper municipalismo sin contrapeso, es el botón rojo que nadie quiere presionar. El oficialismo, con mayoría automática, bloquea cualquier intento de control. La oposición, cada vez más reducida y vociferante, se atrinchera en cuestiones de privilegio que rara vez prosperan. Y la ciudadanía, esa que debería estar representada, asiste en silencio a un espectáculo donde el reglamento se respeta solo si conviene.

La presidenta del cuerpo, Laura Sánchez, tampoco colabora con la institucionalidad. Lejos de mediar, suele sumarse a las provocaciones, eleva el tono, interrumpe y lanza dardos verbales que a veces no están ni en el reglamento ni en el diccionario. Su rol, que debiera ser de árbitro, terminó siendo de parte.

Así, semana tras semana, se repite la fórmula: los temas clave se empantanan, los vecinos siguen sin saber cómo se gastan sus impuestos y las cuestiones de fondo ceden ante el show. Al final, la función se levanta por falta de actores. Y como premio consuelo, queda la sesión verde: esa hora de oxígeno donde el medio ambiente es protagonista y todo parece estar bien.

Porque si algo queda claro en el Concejo Deliberante capitalino es que, cuando se apagan los micrófonos de la sesión ordinaria, empieza la ficción ambiental. Al menos ahí no hay gritos. Y eso ya es algo.

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